Mientras me detesto,
él sigue siendo impecable.
O quizás cuán más impecable me resulte,
más me odio por no alcanzarle.
Seré impecable también
veinte años más tarde,
o quizás con la muerte, la que me hará impecablemente muda,
imperceptiblemente inmóvil
impersonalmente transparente,
para su recuerdo
que recuerdo querer serle intensa y tensante,
pero esa intensidad
la quiebro, impecablemente
mediante mi ansiedad
simulada ser, mera vanidad.
Patetismo de sentir que 100pre voy a estar
para su ser impecable,
creyendo que
me enseña ser menos imperfecta
de mi pasado tan desperfecto
del que siempre tengo que estar aprendiendo
y esa es una carga que imperiosamente me persigna
es castigo también que se aleje,
y es aceptable... porque ha de elegir siempre lo impecable.
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